miércoles, 25 de junio de 2008

Disyuntiva

No es que me haya pasado muchas veces pero bueno…
El tema es el siguiente.
Estás a la casa de una chica que vive sola. Vas al baño y obviamente la tabla está baja. Entonces ahí empiezo a pensar. ¿Que hago?
Obvio que voy a levantar la tabla para hace pis. Pero después que?
¿La dejo levantada o la vuelvo a bajar?
Si la vuelvo a bajar tal vez piensa que usé el baño y nunca levanté la tabla... Y si la dejo levantada puede pensar que soy un desconsiderado y no me importó nada. No solo eso, sino que al estar tan acostumbrada a que la tabla esté siempre baja se siente directamente y ahí es peor…

martes, 24 de junio de 2008

OVNI??

Estas dos fotos las saqué en Florencia el 1-12 de 2006. Puse la cámara en un trípode y sacó dos fotos en forma automática con un intervalo de menos de 1 segundo entre ambas... Ya estando en Buenos Aires lo descubrí.
Que MIERDA sera???

lunes, 23 de junio de 2008

Nostalgico yo? naaah

Tal vez para algunos es una boludez gastar plata en estas cosas. Pero como para mi no, me di el gusto y me las compré.

Hete (o ete?) aquí mis adquisiciones:



jueves, 19 de junio de 2008

Choto-choto

Que dia choto choto el de Hoy.

Me dieron muchas ganas de irme a tomar la merienda a Atalaya y comerme media docenas de medialunas.

Estuve a punto de ir pero nadie me hacia la segunda...

martes, 17 de junio de 2008

Rituales

Este cuento lo escribió el GROSSO de mi hermano:
Leonardo Sznajder


Me senté con las piernas cruzadas al borde de un abismo que se extendía mucho más allá de mi vista, tranquilo, dispuesto a fumar el último cigarrillo mientras mis últimos pensamientos se presentaban lentos en mi mente.
Dediqué al proceso de encender ese cigarrillo calculados movimientos, como creando un ritual, sabiendo que era el último y sabiendo que aunque cada cigarrillo había tenido su ritual, ese era especial. Abrí la caja con el pulgar de la mano y sonreí al ver que sólo quedaba uno, como si lo hubiera calculado. Acerqué la caja a mi boca y agarré el último cigarrillo con los labios. Lo mantuve allí un rato, demorando el desarrollo del acto, mirando cada detalle del extraordinario paisaje. Después busqué en un bolsillo los fósforos y al ver que quedaba uno sólo no sonreí.
Una cosa es una casualidad y otra muy distinta es saber que cada hecho es señal de otro hecho, que cada instante es metáfora de otro sentido.
Por un momento tuve miedo, pues el viento podría apagar mi único fósforo y entonces sabía que no tendría el valor de hacerlo. No podría saltar sin antes cumplir cada paso del ritual que me había impuesto. Me quité la campera y la puse sobre mi cabeza, formando una especie de caverna, y allí dentro encendí el fósforo.
Rodeado del silencio ficticio de mi refugio improvisado pude oír el suave ruido del tabaco quemándose, como crujidos de un hogar en miniatura. En seguida quité la campera y aspiré la primera pitada. Sentí el humo entrando en mis pulmones, sabiendo perfectamente que esa era la primera pitada del último cigarrillo.
Quise sostener esa bocanada mucho tiempo, para sentirla en toda su magnitud, pero unos segundos después la solté. Miré el humo salir de mi boca. El viento detenido me permitió inventar algunas formas en la pequeña nube. Pero pronto estaba aspirando una nueva pitada.
Y así, disfrutando cada pitada como si fuera la última, disfrutando ese cigarrillo como si fuera el último, fui fumándolo hasta terminarlo y darme cuenta que de hecho era el último.
Entonces saqué mi petaca, donde tenía un poco de whisky y tomé un trago. Era una parte fundamental del ritual, quizás, recién entonces lo pensé, porque necesitaba el valor o la despreocupación del alcohol, pero lo cierto es que se trataba sólo de sentir placer, el cigarrillo, el alcohol, el paisaje... sensaciones placenteras antes de terminar. Casi como la última cena del condenado.
Al terminar de beber sentí la inminencia del momento que se aproximaba, supe que ya no habría demoras, que se había acabado el tiempo del ritual y que sólo faltaba un último adiós, el que había decidido dejar para los otros, los que seguirían respirando después de mi último acto.
Como no había dejado nada librado al azar, tenía en un bolsillo un trozo suficiente de papel y un lápiz. Entonces escribí la carta que creí inventar pero que estaba redactada en mi mente posiblemente desde hacía años.
La coloqué en un sobre y ubiqué el sobre debajo de una piedra. “¿Tenés un rato para conversar?”, preguntó ella entonces y en ese instante recién supe que alguien se había acercado en silencio, que una mujer estaba sentada un par de metros a mi izquierda. No me sorprendí. No porque estuviera esperándola, si no simplemente porque no esperaba nada, y cuando uno no espera nada, cualquier cosa es nada, y nada sorprende.
Estaba tan cerca de saltar, y tenía tanta seguridad al respecto, que no me preocupó ver a esa mujer que me miraba esperando una respuesta a una pregunta que había oído pero ya no recordaba.
“¿Tenés un rato para conversar?”, volvió a decir y entonces sonrió. “Claro”, le dije, y me dije a mí mismo que nada que dijese o hiciese esa mujer me haría cambiar de idea y por lo tanto, no había riesgo en conversar un rato.
Estuvimos un par de minutos en silencio y vi que ella metía la mano derecha en su bolsillo y sacaba un arrugado paquete de cigarrillos. Se puso uno en la boca, lo encendió y me pasó el paquete con el encendedor, sin preguntarme siquiera si fumaba. Pensé en mi último cigarrillo, ese que yo suponía último, que estaba por transformarse en un cigarrillo más. Supe que al aceptar ese cigarrillo incierto, que no sabía último, estaba violando mi ritual, y al hacerlo estaba entrando en un terreno peligroso y desconocido. Pero mientras pensaba esto ya estaba estirando mi brazo para alcanzar la mano de ella que sostenía los cigarrillos, y cuando los agarré, y uno de mis dedos rozó uno de los suyos, supe que algo había pasado y que en adelante me esperaban sorpresas en cada frase que se pronunciara, en cada acto y en cada mirada
“Es difícil suicidarse en un lugar así, yo hubiera elegido un edificio”, dijo con la vista perdida en la inmensidad. Yo la miré con curiosidad. Tenía una tristeza simple en la mirada, pero ocultaba mucho. “¿Y qué estás haciendo acá?”, pregunté tratando de no sonar agresivo, sólo intrigado, pues hasta ese momento había pensado que ella estaba allí para lo mismo que yo. “Para lo mismo que vos”, respondió, aún perdida en alguno de los cerros que se veían a lo lejos.
Estuvimos un rato fumando en silencio. Ambos mirábamos el paisaje sabiendo, sin decirlo, que los dos amábamos esa vista, y que no alcanzaban unas horas para absorberlo todo. Estábamos como jugando un juego en el que ella miraba algo, yo lo contemplaba, y en seguida observaba otra cosa, y así, superando cada vez la grandeza de lo anterior. Y todo mientras fumábamos el cigarrillo y yo me preguntaba qué sucedería a continuación.
Saber que si ella no hubiera aparecido yo hubiera estado ya en el fondo del precipicio me daba una sensación extraña, como si ya estuviese muerto, como si cualquier cosa fuera posible después del milagro de seguir vivo a esa hora. Pero también sabía que ese retraso no era retraso, sabía que no podía pensar qué hubiera pasado si ella no aparecía, por el simple hecho de que había aparecido, que estaba allí y era tan real como el cigarrillo que fumaba, como el paisaje imposible que se extendía delante de nuestros cuerpos que sin darnos cuenta ya estaban separados por menos de un metro.
“¿Qué va a pasar ahora?”, dije, quizás preguntándomelo a mí mismo, pero en voz alta, casi como si su respuesta y la mía pudieran ser una sola. “Creo que sabemos perfectamente que no hay manera de saberlo”, respondió. Y como respuesta a su lógica infalible, estiré mi mano y toqué la suya, que estaba apoyada en el suelo cerca de la mía. Apenas nos movimos un poco y ya estábamos unidos, cuerpo con cuerpo, y así, abrazados, con su cabeza en mi hombro y nuestros brazos alrededor de nuestras cinturas, permanecimos en silencio, observando todavía un paisaje que no necesitaba voces, disfrutando de una situación que prohibía las palabras.

Por causas que aún no me explico, mis motivos lentamente fueron desapareciendo, pero los suyos se hicieron más fuertes. Estuvimos así, abrazados, unas horas más. Cuando el sol ya estaba desapareciendo, y el cielo tomaba colores que hacían más perfecto el paisaje, me paré, saqué el sobre debajo de la piedra y lo rompí, junté mis cosas, la besé y me fui.

Desde lejos, cuando la silueta de ella era casi un punto, la vi saltar.

No Quiero Ser Emperador

Lo siento, pero no quiero ser emperador. No es lo mío. No quiero gobernar o conquistar a nadie. Me gustaría ayudar a todo el mundo, si fuera posible: a judíos, gentiles, negros, blancos. Todos nosotros queremos ayudarnos mutuamente. Los seres humanos son así. Queremos vivir para la felicidad y no para la miseria ajena. No queremos odiarnos y despreciarnos mutuamente. En este mundo hay sitio para todos. Y la buena tierra es rica y puede proveer a todos.

El camino de la vida puede ser libre y bello; pero hemos perdido el camino. La avaricia ha envenenado las almas de los hombres, ha levantado en el mundo barricadas de odio, nos ha llevado al paso de la oca a la miseria y a la matanza. Hemos aumentado la velocidad. Pero nos hemos encerrado nosotros mismos dentro de ella. La maquinaria, que proporciona abundancia, nos ha dejado en la indigencia. Nuestra ciencia nos ha hecho cínicos; nuestra inteligencia, duros y faltos de sentimientos. Pensamos demasiado y sentimos demasiado poco. Más que maquinaria, necesitamos humanidad. Más que inteligencia, necesitamos amabilidad y cortesía. Sin estas cualidades, la vida será violenta y todo se perderá.

El avión y la radio nos han aproximado más. La verdadera naturaleza de estos adelantos clama por la bondad en el hombre, clama por la fraternidad universal, por la unidad de todos nosotros. Incluso ahora, mi voz está llegando a millones de seres de todo el mundo, a millones de hombres, mujeres y niños desesperados, víctimas de un sistema que tortura a los hombres y encarcela a las personas inocentes. A aquellos que puedan oírme, les digo: “No desesperen”.

La desgracia que nos ha caído encima no es más que el paso de la avaricia, la amargura de los hombres, que temen el camino del progreso humano. El odio de los hombres pasará, y los dictadores morirán, y el poder que arrebataron al pueblo volverá al pueblo. Y mientras los hombres mueren, la libertad no perecerá jamás.

¡Soldados! ¡No se entreguen a esos bestias, que los desprecian, que los esclavizan, que gobiernan sus vidas; que les digan lo que hay que hacer, lo que hay que pensar y lo que hay que sentir! Que los obligan ha hacer el servicio militar, que los tienen a media ración, que los tratan como a ganado y los utilizan como carne de cañón. ¡No se entreguen a esos hombres desnaturalizados, a esos hombres-máquina con inteligencia y corazones de máquina! ¡Ustedes no son máquinas! ¡Son hombres! ¡Con el amor de la humanidad en sus corazones! ¡No odien! ¡Sólo aquellos que no son amados odian, los que no son amados y los desnaturalizados!

¡Soldados! ¡No luchen por la esclavitud! ¡Luchen por la libertad!

En el capítulo diecisiete de san Lucas está escrito que el reino de Dios se halla dentro del hombre, ¡no de un hombre o de un grupo de hombres, sino de todos los hombres! ¡En ustedes! ustedes, el pueblo tienen el poder, el poder de crear máquinas. ¡El poder de crear felicidad! Ustedes, el pueblo, tienen el poder de hacer que esta vida sea libre y bella, de hacer de esta vida una maravillosa aventura. Por tanto, en nombre de la democracia, empleemos ese poder, unámonos todos. Lucharemos por un mundo nuevo, por un mundo digno, que dará a los hombres la posibilidad de trabajar, que dará a la juventud un futuro y a los ancianos seguridad.

Prometiéndonos todo esto, las bestias han subido al poder. ¡Pero mienten! No han cumplido esa promesa. ¡No la cumplirán! Los dictadores se dan libertad a sí mismos, pero esclavizan al pueblo. Ahora, unámonos para liberar el mundo, para terminar con las barreras nacionales, para terminar con la codicia, con el odio y con la intolerancia. Luchemos por un mundo de la razón, un mundo en el que la ciencia y el progreso lleven la felicidad a todos nosotros. ¡Soldados, en nombre de la democracia, unámonos!

Hannah, ¿puedes oírme? ¡Dondequiera que estés, alza los ojos! ¡Mira, Hannah! ¡Las nubes están desapareciendo! ¡El sol se está abriendo paso a través de ellas! ¡Estamos saliendo de la oscuridad y penetrando en la luz! ¡Estamos entrando en un mundo nuevo, un mundo más amable, donde los hombres se elevarán sobre su avaricia, su odio y su brutalidad! ¡Mira, Hannah! ¡Han dado alas al alma del hombre y, por fin, empieza a volar! ¡Vuela hacia el arco iris, hacia la luz de la esperanza! ¡Alza los ojos, Hannah! ¡Alza los ojos!

Sex and the City

Hace un tiempo, una amiga (la novia de un amigo), dijo:

"Para entender como son las mujeres tendrian que ver Sex and the City"

Despues aclaró que, tal vez es todo un poco exagerado, pero que era todo MUY real...
Entonces dije, vamos a bajar algunos capitulos para ver que onda...
Ya vi como 10.

La verdad... Como que en muchas cosas las tengo re caladas a las mujeres y en otras me estoy sorprendiendo....

martes, 3 de junio de 2008

Me comí un garron

Estaba en Europa. Más presisamente en España, y para se más presiso aún, en Albacete. Estaba visitando a mi amigo Javier Molanes que estaba trabajando en una feria de fin de año.
Fuimos a un supermercado y conoci lo que es un "garron", era como la foto, pero envasado al vacío.
No se si tendrá que ver... pero SEGURO que "me comi un garron" viene de ahi... imaginate. Entre una pata de jamon crudo increible y ese hueso con un poco de carne... eso si que es un garron...